DESARREGLAR letras con la ILUSIÓN de que sean DESCIFRADAS por otros, es como peinarse con ESMERO ante la vista de muchos: ni una ni otra ACCIÓN BASTARÁ por sí sola para TRANSFORMAR lo feo en BELLO o el deseo en realidad.
Lección tan elemental la he recibido muchas veces en mi olvidable vida. En su momento, un comentario del valiente torero venezolano Leonardo Benítez me hizo creer que era capaz de provocar con mis crónicas la percepción que deseaba construir en los lectores.
Un lunes, cuando lo visitaba en el hospital de Monterrey donde convalecía de una cornada que había sufrido 24 horas antes, observé que el diestro tenía junto a su cama la edición del periódico que publicaba mi crónica de su actuación.
“La leí y me hizo llorar”, dijo el valiente espada casi tan pronto entré a su cuarto, expresión que interpreté como el reconocimiento a una emotiva pieza periodística.
El tiempo acabó extrayéndome esa fantasía, porque más adelante entendí que también se pueden derramar lágrimas de coraje o frustración por la ignorancia de algunos periodistas.
Otro ejemplo de la misma lección lo viví estando aún fresco en el mundo, a propósito de mi atrevimiento para publicar reseñas cinematográficas en “Panorama”, periódico semanal del Tecnológico de Monterrey.
Casi al finalizar el semestre, una compañera de carrera trajo a mi ego efímero orgullo, al expresarme con gran viveza que sabía que ese medio publicaba mis escritos.
Durante un momento me imaginé ser un popular líder de opinión en tan importante comunidad estudiantil, claro, hasta que ella continuó hablando: “Ay, Manuel, hoy me enteré de que escribes cuando empapelaba con periódico las ventanas del cuarto que estoy pintando”. La ilusión duró poco, pero fue bonita.
Con base en tales antecedentes, opto esta fecha por no estimular en exceso mis ansias de “analista”, sabedor de que hay verdaderos expertos en la prospectiva política.
Me ubico entonces en el papel de mero recolector de evocaciones, en esta ocasión de una que, conforme a lo arriba relatado, ejemplifica las distintas interpretaciones que puede provocar un mismo hecho.
Bueno, también aludirá al mito que asegura que “en política no hay casualidades”, quizá la máxima más frecuente de sus protagonistas para reclutar a los adversarios que necesitan para dar sentido a sus causas.
Se trató de una enseñanza juvenil que hasta la fecha me motiva a hacer lo que esté dentro de mis posibles capacidades para ver más allá de la superfi cie de las cosas, aunque esta lección rompa con la vocación onanista de algunos de los que fueron mis clientes.
Me remito a uno de mis últimos semestres de la carrera, época en la que llevaba carga completa de materias y trabajaba, también, de tiempo completo en un diario.
En el ayer prefería trabajar los domingos y descansar entre semana, pues a pesar de que ese día era más difícil reportear por estar cerradas las oficinas de las fuentes oficiales, disfrutaba emplear mis escasas horas libres cuando había menos gente en el cine y otros centros recreativos.
Asegurar la nota del domingo sólo requería llegar temprano a la redacción para dejar un recado al editor, diciéndole que se cubrirían los mercados sobre ruedas con el fin de conocer el avance del precio del jitomate. Sin embargo, hubo una ocasión en el que alguien se me adelantó y puso en un serio aprieto.
Obligado a buscar otra nota, marqué los números telefónicos de diversas posibles fuentes de información, sin tener una sola respuesta. Cuando pensaba que no me quedaba más recurso que salir a entrevistar a las piedras, como en tiempos de urgencia informativa nos decía nuestro admirable editor don Ricardo Omaña del Castillo, me contestó el dirigente de los ganaderos estatales, oportunidad que por supuesto aproveché preguntándole todo lo que se me iba ocurriendo, sin importar mi desconocimiento del medio agropecuario.
Al día siguiente salió firmada en la primera plana de la sección local una pequeña nota con mi nombre, acerca del precio de la leche e incremento de sus costos de producción. Ese mismo día en clase, uno de mis maestros usó esa información para asegurar la existencia de una bien coordinada conspiración en la que participaban mi periódico, los ganaderos y el gobierno para justificar un inminente aumento de precios.
Y todo por el jitomate, la “inexistencia” de casualidades… y el acomodo de las circunstancias a la realidad propia. riverayasociados@hotmail.com
Manuel Rivera: Licenciado por el ITESM en Ciencias de la Comunicación, se especializa en la creación de contenidos. Tiene 40 años de experiencia en el periodismo y cuenta, entre otros, con diplomados en Mercadotecnia y Comunicación Política, Literatura Creativa, Tanatología, Primeros Auxilios Psicológicos y Acompañamiento a Víctimas de Desastres y Violaciones a Derechos Humanos. Tiene diversas obras literarias en preparación.