Un conflicto personal a propósito de uno público

Por Manuel Rivera

LOS PENSAMIENTOS recurrentes se parecen a los buitres que SOBREVUELAN LA CARROÑA. Por momentos es posible ahuyentarlos, pero, TARDE O TEMPRANO, REGRESAN.

Ni las huellas de la historia del animal humano ni el instinto del no humano están subordinados a voluntades.

Estos pensamientos me atacan con mayor frecuencia cuando observo que, sobre la pérdida de gobernabilidad, encono social, amenazas ambientales y cortes de agua y electricidad, están la agenda política y el deporte nacional que consiste en adivinar quién será el nuevo o la nueva tlatoani.

Quizá por ello, cada vez que leo un documento donde se me pide llenar el campo relativo a mi formación, me cuestiono si los años en las aulas y los minutos en los libros me formaron o deformaron.

En ese escenario me inclino hacia el reconocimiento de mi temprana deformación, que inició desde que en la niñez conversaba con mi tío, sacerdote católico, abordando más temas de la ciencia que de la fe.

En mi mediocre desempeño en la educación formal continué con esa orientación, siendo definitivamente tomado mi ser por el método científico, cuando a partir de mi carrera profesional se convirtió en el recurso por excelencia para acercarme a La Verdad.

Durante esa etapa se enraizó mi deformación, en ocasiones de forma tan dolorosa como imposible de segar, pues de hacer esto último cortaría también mi vida, a la que tal vez sólo me ata el muy delgado hilo formado por mis precarios conocimientos.

Para acreditar que en la escuela me deformé, no formé, basta compartir que el paso por los salones de clase arrebató mi disfrute de las historias de fantasmas y otras experiencias “sobrenaturales”. Las pocas vivencias que he tenido y podrían caber en esa clasificación, las he echado a perder encontrándoles explicaciones.

Peor aún: esa deformación ha dado al traste con mi goce y credibilidad de las fantasías expuestas ayer y hoy por muchos presidentes y gobernadores, transformando momentos eminentemente cómicos en motivos de inútil disgusto.

Tan deformado estoy que el discurso permanente de la esperanza ausente de razones y resultados repetibles y demostrables, es incapaz de traspasar mi piel, provocando el escurrimiento de pesimismo que envenena a quien es reacio a engañarse aunque sea sólo un rato.

Pero, ¿en serio toda acción humana debe tener sustento lógico? No, admito, al menos en México.

Así me lo hace ver el recuerdo que irrumpe en mi atribulado cerebro, evocación que me ubica en el siglo pasado, cuando era trabajador de la pluma en un periódico otrora altamente profesional y atestiguaba el fin de la época de don Abelardo Leal Jr. al frente de la conducción editorial de ese medio.

Estoy convencido de que alrededor de la figura de ese periodista, compositor, abogado, taurino, fanático del beisbol y hombre de gran personalidad existe una deuda de reconocimiento a su trayectoria, talento y legado periodístico. La creatividad y agudeza de su pluma dejó una escuela cuyos rastros se conservan hasta la fecha en muchas columnas políticas.

Conocí su vocación por el periodismo atendiendo sus peticiones para investigar alguna nota, cuando él ya había sido relegado de su posición en la dirección editorial, y atestigüé que sobre el lujo de una oficina, la seguridad de un salario y el título rimbombante de un nuevo puesto prefirió renunciar, antes que aceptar una posición decorativa.

Ejemplos de la genialidad de don Abelardo eran sus análisis para conocer los nombres de los próximos gobernantes del país.

Muchas veces tras la exposición racional de los motivos que apuntaban hacia el hombre que sería designado como candidato por el mandatario en turno, y una vez que el lector estaba prácticamente convencido de saber quién sería el sucesor del presidente, don Abelardo remataba, palabras más, palabras menos, con una aclaración apabullante: “… Aunque en las cosas del dedo, sólo el dedo”.

En otras palabras: no hay que adelantarse, porque en la política nacional la lógica y el método están supeditados, en buena medida, al deseo o dictado del gran elector, esa figura de hoy y siempre encarnada por el Presidente de la República.

Así me muestran el mundo los mensajes que en la semana se enfrentaron contra lo que me queda de razón, presionándome a decidir entre aceptar la verdad impuesta desde la cúpula o sufrir la realidad con la que se divierte la vida conmigo. riverayasociados@hotmail.com

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